Mediodía en la oficina. Salgo a comprar comida con una de las chicas. Nos quedamos en una esquina sin semáforo esperando para cruzar. Un auto dobla al lado nuestro, se descontrola, se sube a la vereda y atropella a una chica que venía caminando tan tranquila. Veo todo en cámara lenta. La cara de desconcierto de la chica me paraliza. El hecho de que por pocos segundos no fuimos nosotras me estremece. Escucho su grito. La miro en su fallido intento por ponerse de pie. El dolor la devuelve al piso. Corridas, celulares, bocinas. Llega una ambulancia pero no es la que pidieron. Ahora la Policía corta el tránsito. El morbo empieza a acumular adeptos alrededor de la escena. Todo es un caos. Tengo un malestar en todo el cuerpo. No quiero estar más ahí. Retomamos el rumbo. Volvemos a pasar, un rato después, ya con nuestros paquetitos. ¿Nadie tiene nada que hacer? Sólo falta una tribuna y un vendedor de maní con chocolate. Y la ambulancia, claro.
Horrible momento. No se lo deseo a casi nadie.
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5 comentarios:
Ja! Muy cierto lo de "casi nadie".
Y sí. Siempre hay alguien a quien desearle cosas poco gratas. Siempre.
Ay, qué horror... una vez presencié un accidente con un motociclista que se volcó y salió volando su cuerpo. Quedé igual que tú.
¡A dar gracias por la vida!
Es el "efecto cotilla" de todos los accidentes, Bays. Si ya gusta por la tele, imagínate en vivo y en directo.
Un saludo.
Cierto Víctor. Aunque no lo entienda es así.
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